Hoy recordamos a Jaime Garzón, al cumplirse 22 años de su asesinato. Durante el 2020 comencé un proyecto de memoria, con el cual busco, en pro del "No Olvido", recopilar mis propias memorias personales sobre personas o acontecimientos que ameriten ser relatados y recordados, el capítulo 2 está dedicado a Jaime Garzón, lo comparto.
DE LA ANTOLOGÍA DE RELATOS BREVES NOMEOLVIDES
“Para aumentar la memoria y mejorar la claridad de los pensamientos…”[1]
CAPÍTULO 2
“El protocolo de necropsia practicado al cadáver de la referida persona concluyó que se trataba de un hombre de 38 años de edad, “quien presenta cinco heridas en cabeza que penetran al macizo facial y a cavidad craneana, produciendo la muerte rápidamente por descerebración”. Asimismo, el informe de balística concluyó que los disparos que originaron tales lesiones fueron realizados a corta distancia, en un rango que oscila entre 20 a 50 cms. comprendidos entre la boca de fuego del arma y las zonas impactadas.”
Conocí a Jaime Garzón Forero antes de que fuera famoso. Nunca llegamos a ser amigos ni a intercambiar más de dos palabras, pero indudablemente, conocerle impactaba porque así era él, no podía pasar desapercibido.
Coincidimos en las aulas de la Universidad Nacional de Colombia, en el segundo semestre del año 1989, cuando en la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, ambos cursamos “Bienes”, los martes y jueves a las siete de la mañana.
Él habitualmente se sentaba el último de la fila, como el aula era de esas tipo estrado judicial, quedaba casi pegado al techo en el último rincón del salón, y yo me sentaba siempre en la primera fila, al ras del piso.
Él era callado, aunque de vez en cuando participaba; se rumoraba que había sido alcalde menor del Sumapaz y que lo habían botado por algún motivo, y que estaba haciendo las materias que le faltaban para graduarse, era complejo pues en ese entonces acababan de semestralizar la carrera y él había estudiado en anualidades, y me intrigaba que le faltara una materia de segundo semestre.
Con el paso de los años Jaime no retornó a las aulas, pero triunfó con su programa “Zoociedad”, donde el perro mascota tenía del mismo tenía el nombre de nuestro Decano, Ricardo Sánchez, un gesto fino que luego descubrí denotaba su desacuerdo por no haberle aprobado las condiciones para poderse graduar como abogado. El chiste solamente lo entendíamos los estudiantes de Derecho de la Nacional.
“Que por razón de tales labores humanitarias de asesoramiento en temas de conflicto armado y rescate de personas secuestradas por la guerrilla, el señor Jaime Garzón Forero fue objeto de amenazas contra su vida e integridad.”
De alguna manera Jaime era una especie de héroe en la Facultad, ese que con humor se atrevía a decir lo que todos los demás queríamos gritar a los cuatro vientos, sobre la política, los políticos y las realidades que más que vivirlas, nos aquejaban.
Ya cursaba yo como 6º semestre cuando una vez lo vi entrar a la biblioteca de la Facultad, en la que me encontraba. Yo estaba releyendo una tarjeta que me había escrito un aspirante a enamorado, con ínfulas de poeta, bueno, yo más que leerla trababa de descifrarla, pues la letra no era muy clara.
Jaime entró saludando a todos, puede que él no nos conociera, pero todos le conocíamos a él, y no guardaba la compostura propia de una biblioteca, hablaba en voz muy alta y hacía bromas, ante la cuales todos reíamos.
Yo realmente, aunque le vi, estaba muy ensimismada en el mensaje que leía, hasta que alguien me rapó súbitamente la tarjeta de las manos.
Era Jaime, riendo, y quien, sin ningún tapujo (no tuvo problemas en descifrarla), leyó fluidamente la tarjeta ante la audiencia —entre los que habían algunos de mis compañeros de semestre —, y ante las cursilerías del poema, todos se rieron de mí. Quedé apenada, sonrojada en lo que se me nota, y más…
No diría que le odié, aunque de pronto un poco. Tras breves minutos en que fui objeto de la burla general, la tarjeta retornó a mis manos, y Jaime partió, satisfecho, con una sonrisa, y estoy prácticamente segura, de que sin ningún remordimiento.
El episodio no quedó grabado en los anales de la historia de la Facultad, ni mucho menos, solo en mi memoria mientras pasaban los años, y yo me graduaba y conformaba mi familia, y Jaime iba escalando, generando nuevos programas y convirtiéndose en uno de los periodistas más asombrosos de Colombia, por su claridad mental, inteligencia, agudeza política, creatividad y humor.
El trece de agosto de 1999 madrugué como era mi costumbre, a atender a mi bebé de poco más de un año y a organizarme para ir a trabajar. Con mi esposo y como era habitual, prendimos el televisor para la ver las noticias. La presentadora estaba con lágrimas en sus ojos.
“…se tiene que a las 5:45 a.m. del 13 de agosto de 1999, cuando el señor Jaime Hernando Garzón Forero se desplazaba en un automóvil con rumbo a la emisora radial donde trabajaba, en momentos en que hizo un pare en un semáforo, fue interceptado por dos hombres armados que se desplazaban en una motocicleta, quienes le propinaron varios disparos que le ocasionaron la muerte de forma instantánea.”
Jaime había sido asesinado, quedé helada, y aunque en nuestro país nos habían acostumbrado a ir de magnicidio en magnicidio y a seguir respirando sin esperar justicia, se me vino a la mente la frase, “es otro magnicidio más”, con la indolencia típica de quien busca sobrevivir a un dolor frente a un algo muy valioso irrecuperable, irremediable.
Pero yo sabía que no era así, no había “un magnicidio más”, nunca, en cada momento, con cada vida cual más valiosa que fue cegada, por hechos violentos que cambiaron para siempre y condenaron, a la historia de Colombia, a lo que ha sido su pasado y el hoy, su futuro en ese momento.
“…a través de sentencia proferida el 10 de marzo de 2004 condenó al señor Carlos Castaño Gil a la pena principal de treinta y ocho (38) años de prisión, como coautor intelectual responsable del delito de homicidio agravado -por la situación de indefensión de la víctima y por la finalidad terrorista del hecho.”
Esa mañana tomé el bus hacia el centro de la ciudad, como era habitual entre semana, pero todo había cambiado. Yo trabajaba en el edificio del Palacio de San Francisco, tan frío como un mausoleo y ese día lo sentí más que nunca pues me calaba hasta los huesos.
Desde mi ventana en el segundo piso se veía el viejo reloj digital del antiguo edificio del periódico “El Tiempo”, y aunque llevaba un período funcionando perfectamente, esa madrugada se había detenido, justo antes de la 6:00 a.m., y duró años así, detenido en esa hora fatídica, y esto es fidedigno, así fue, ¿quizá algún secreto mago contador de las horas, quiso detener el tiempo cuando el corazón de Jaime todavía latía sobre la tierra? ¿O estaba a la espera de que se hiciera justicia? Hasta esto no esperó, pues alguien tuvo la genial idea de arreglarlo y hoy día el reloj funciona perfectamente, a diferencia del sistema judicial colombiano, lento, raquítico y débil.
“Dentro de la referida investigación penal se recibieron las declaraciones de varios excomandantes del grupo paramilitar denominado Autodefensas Unidas de Colombia, quienes coincidieron en manifestar que el señor José Miguel Narváez Martínez, quien se desempeñaba como oficial de reserva y catedrático de la Escuela Superior de Guerra de las Fuerzas Militares, había persuadido al máximo jefe del grupo paramilitar Carlos Castaño Gil, para que ordenara la muerte del señor Jaime Garzón Forero…”[2]
Al día siguiente pude ver el multitudinario adiós desde mi ventana, una sociedad triste, apabullada y ya desprovista de esperanza, le despidió agradecida, en una procesión funeraria que había partido desde la Catedral Primada y por la histórica carrera 7ª, hasta un puente peatonal cayó debido al sobre peso de la cantidad de personas que deseaban despedirle.
Años después, en 2017, escribí un microrelato con algunos de estos hechos para un concurso, pero el mismo pasó sin pena ni gloria. Lo único destacado del asunto, fue que una noche soñé que Jaime llegaba a una cafetería en el centro de Bogotá y, como si fuera lo más natural del mundo, se tomaba un café conmigo, un café que nunca compartimos durante su vida.
Hacía chistes y compartía reflexiones con los comensales de las mesas aledañas hasta que me dijo,
—Publica el microrelato, ¿qué pierdes? —y alzó los hombros, despreocupado.
Yo reflexioné un momento y pensé que tenía razón, no perdía nada, así que al despertar lo publiqué, e igual no gané nada, pues volvió a pasar sin pena ni gloria, pero valió la pena, pues al menos, pude tomarme ese café inexistente con Jaime.
©SANDRA CLAROS - Mayo de 2020
[1] Descripción de la esencia de floral de Nomeolvides, Rojas Posada Santiago, “Esencias Florales: Un camino”, Editorial SUI-TUTUAVA, octava edición, agosto de 2003, página 99.
[2] Ésta aparte que se cita entre comillas y todos los anteriores, fueron tomados de la sentencia del catorce (14) de septiembre de dos mil dieciséis (2016), con radicación No. 25000232600020010182502 , expediente No. 34.349 del Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Tercera - Subsección A, Consejero Ponente: Hernán Andrade Rincón. Actor: A.D.F. de Garzón y otros. Apelación sentencia de reparación directa contra la Nación –Ministerio De Defensa– Ejército Nacional.